Los discursos parlamentarios de Práxedes Mateo-Sagasta

VOLVER AL MENÚ PRINCIPAL


20
Legislatura: 1854-1856 (Cortes Constituyentes de 1854 a 1856)
Sesión: 30 de abril de 1855
Cámara: Congreso de los Diputados
Discurso / Réplica: Discurso
Número y páginas del Diario de Sesiones: nº 142, 4298 a 4300
Tema: Anulación de la concesión del ferrocarril de Sevilla a Cádiz

Se leyó el dictamen de la Comisión sobre el proyecto de ley acerca de la nulidad del contrato para la construcción del Ferrocarril de Sevilla a Cádiz (Véase el Apéndice quinto al Diario núm. (113), y abierta discusión sobre su totalidad, obtuvo la palabra en contra y dijo

El Sr. SAGASTA: Se presenta a vuestra aprobación, Sres. Diputados, el proyecto de ley relativo al ferrocarril de Sevilla a Cádiz, para cuya construcción se os pide una subvención de 600.000 rs. por legua, a más del valor de las obras en él ya ejecutadas. Es decir, que se os propone que impongáis un sacrificio al país, un nuevo gravamen sobre los muchos que sobre él pesan, que aumentéis el presupuesto de gastos. Y cuando esto se os propone, si al mismo tiempo tenéis en cuenta que aún no hemos empezado los principales ferrocarriles de España, que en ella se encuentran muchas y extensas comarcas que no sólo carecen de ese poderoso elemento de civilización y prosperidad, sino que no tienen caminos absolutamente de ninguna especie, y que hay también poblaciones importantísimas que están incomunicadas par falta de caminos la mayor parte del tiempo, creeréis, Sres. Diputados, que el ferrocarril para el cual se os viene pidiendo un nuevo sacrificio, es un ferrocarril conveniente, es un ferrocarril necesario, es un ferrocarril indispensable: pues todo menos eso. Se trata, Sres. Diputados, de establecer una comunicación entre Sevilla y Cádiz, que no solo la tiene ya por medio de una carretera general, sino que la tiene par medio del Guadalquivir, rápida y económica, tan rápida como puede serlo la del ferrocarril, mucho más económica que lo puede ser la del ferrocarril. Se trata, Sres. Diputados, de hacer un ferrocarril paralelamente al río Guadalquivir, paralelamente a esa vía navegable que la surcan no solo barcos de vela, sino hasta barcos de vapor. Se trata, Sres. Diputados, de hacer un ferro carril de lujo, absolutamente de lujo. ¿Y cuándo se os viene a pedir un sacrificio para hacer un ferrocarril innecesario y puramente de lujo? ¿Es, por ventura, cuando no tenéis necesidad de atender a la construcción de vías públicas que son de verdadera necesidad, porque tenga el país todas las que necesita? ¿Es cuando tenemos atravesada toda la Península de toda clase de vías de comunicación, desde las principales líneas de camino de hierro hasta los últimos caminos vecinales; desde el más insignificante canal de riego hasta el más importante canal de navegación; desde el puerto de menos importancia hasta el más atrevido faro? Ciertamente que no, señores; se os viene a pedir cuando, lastimoso es decirlo, cuando aún no empezamos, cuando aún no tratamos de empezar las vías férreas más importantes; cuando aún no empezamos, aun no tratamos de empezar esa vía férrea tan conveniente y necesaria de que os hablé el otro día, la línea del Norte; cuando aun no empezamos, aun no tratamos de empezar ese ferrocarril que nos ha de poner en comunicación con Portugal; esa vía de suma importancia social, de suma importancia política y de suma importancia económica. ¿No tenemos nada que hacer, para que se nos venga a pedir ese ferrocarril cuando aún no hemos empezado el ferrocarril que, como digo, nos ha deponer en comunicación con el vecino Reino; cuando aún no hemos empezado, cuando aún no hemos tratado de empezar el ferrocarril que ha de traer Cataluña, por decirlo así, a las puertas de Madrid, para que después su industria se derrame por todos los puntos de la Península, el ferrocarril de Madrid a Barcelona? Se os viene a pedir ese sacrificio inútil cuando no hemos empezado, cuando no tratamos de empezar ese ferrocarril de que os hablé el otro día; ese ferrocarril que tiene una importancia social; ese ferrocarril que ha de hacer que todas las provincias de España lleven [4.298] sus productos y recursos a las provincias de Galicia, su hermana, para aliviar y concluir esos desconsoladores conflictos por que continuamente están pasando esas desgraciadas provincias; y se os pide, señores, en una palabra, ese sacrificio cuando todavía no hemos empezado ninguna de las líneas importantes de la Península; y en estos momentos, en este estado lastimoso se nos vienen a pedir 600.000 rs. por legua, es decir, unos 12 millones próximamente, para hacer una obra innecesaria, absolutamente de lujo.

Señores, el ferrocarril de Sevilla a Cádiz se divide en dos secciones: es la primera, de Sevilla a Jerez, cuya construcción es el objeto del dictamen que nos ocupa, y que yo estoy combatiendo; es la segunda, de Jerez a Cádiz, que es también objeto de otro proyecto, del que para nada tenemos que ocuparnos ahora. Pues bien, señores; la Comisión sabe, y sabe también el Gobierno, porque no hay nadie que lo ignore, que todo el comercio que Sevilla tiene, lo tiene con Cádiz, pues con los demás puntos apenas tiene alguno, y hay muy poco de Sevilla a Jerez, y poco más de Jerez a Sevilla; de manera que todo el movimiento comercial de Sevilla se verifica con el Puerto de Cádiz, con el Puerto del Océano cerca de la unión de los dos mares, y de aquí que se haga por el río Guadalquivir y no por tierra. Pues si esto sucede con los dos puntos extremos de la línea, que son los que tienen importancia comercial, no sucede seguramente otra cosa con los puntos intermedios, porque en las 18 leguas que próximamente separan aquellas dos poblaciones, los pueblos que atraviesa la línea son de escasa población y de ninguna importancia; sólo uno hay que tiene alguna, el único pueblo de alguna importancia es Utrera; pues los demás, que son en pequeño número, son casi insignificantes y hasta miserables, y pueblo hay en las cercanías de la línea, que por no tener, creo que ni aún cementerio tiene.

Y no se me diga, señores, que el objeto de los ferrocarriles no es única y exclusivamente el de fomentar la riqueza ya creada, no; ya sé que no es ese el único objeto de los ferrocarriles; ya sé que el objeto de las vías férreas es el de crear también la riqueza; pero esto es donde es posible crearla; pero precisamente con esa línea de que se trata no sucede eso, porque es muy escasa la esperanza que podríamos tener de esos terrenos bajo el punto de vista agrícola, bajo el punto de vista industrial, bajo el punto de vista comercial.

La importancia de Utrera, señores, ¿exigirá la construcción de un ferrocarril? No; sus necesidades quedan completamente satisfechas con un camino vecinal desde Utrera al río Guadalquivir, y en buenos principios económicos y administrativos, ese camino vecinal debe construirlo la ciudad de Utrera. Señores Diputados, si todo el movimiento comercial de Sevilla con Cádiz se hace por medio del Guadalquivir, es evidente, evidentísimo, que teniendo hechas las dos comunicaciones, sobrará una de las dos. ¿Y cuál sobrará naturalmente? Es indudable que sobrará el ferrocarril. ¿Y por qué, señores? Porque las necesidades de ese comercio están completamente satisfechas con la vía del Guadalquivir, en donde se alcanza la velocidad de cuatro leguas por hora, que apenas es la que se alcanza por el ferrocarril para las mercancías; y además, porque los transportes son mucho más baratos o económicos que por el ferrocarril, como sucede siempre en todas las vías navegables en grande escala. Es claro, pues, que satisfaciendo esta vía, navegable las necesidades del comercio entre Sevilla y Cádiz, y con más economía que por el ferrocarril, quedará éste abandonado, y de consiguiente, será inútil hacerlo.

Yo no puedo comprender, por consiguiente, cuáles habrán sido las razones que hayan movido a la Comisión a pedir un sacrificio a los pueblos para la construcción de ese ferrocarril. ¿Será quizá que la Comisión considera este trozo como parte de la línea general de Madrid a Cádiz? No; porque el objeto de esa línea no es precisamente poner a Madrid en comunicación con Cádiz por lo que valga esta última población, sin embargo de que vale mucho, sino el de poner el centro de la Monarquía en comunicación con el Océano cerca de la unión de los dos mares, y que prolongada esa línea para que marche en busca del mar Mediterráneo, tengamos un ferrocarril que pasando por el centro de la Península enlace uno y otro mar. Pues si esto es así, ¿a qué hemos de ir por ahora a Cádiz con el ferrocarril? Lo que necesitamos es ir a Sevilla, y con esto quedará satisfecho ese grande objeto. ¿Por qué? Porque de Sevilla a Cádiz, además de la carretera, tenemos ya la gran vía del Guadalquivir y estamos en completa comunicación con el Océano. Y de consiguiente, se ve que no satisface a las condiciones de una línea general lo que se propone, sino a una necesidad local, la cual estará suficientemente satisfecha, como he dicho antes, con la apertura de un camino vecinal desde Utrera al Guadalquivir. Lo que procede es, que en vez de este ferrocarril desde Sevilla a Cádiz, se hiciese el de Madrid a Sevilla y que se mejorase la navegación del Guadalquivir, cuyo proyecto está ya en poder del Gobierno, mejora cuyo coste no pasa de 5 a 6 millones de reales. Esto es lo que procede, esto es lo que el Gobierno debía hacer, o mejor dicho, esto es lo que hace ya mucho tiempo debía estar hecho. Y cabalmente cuando nos estamos lamentando, y con mucha razón, de la falta de vías navegables, empezamos, como se ve por este proyecto, por abandonar y destruir la más importante que tenemos en la Península, y tanto, que no solo es la más importante en España, sino acaso de las más importantes de Europa. ¡Ah Sres. Diputados! Si cada uno de vosotros y todos tuviésemos en nuestras respectivas provincias, además de las carreteras generales, vías navegables como la del Guadalquivir, donde se alcanza la velocidad de cuatro leguas por hora y con mucha más economía en los trasportes que por los ferrocarriles, ¿trataríais de hacer ferrocarriles imponiendo un sacrificio grave a los pueblos para ello? De seguro que no. Pues con mucha más razón deberíais oponeros a este proyecto, de interés puramente local, si al tiempo de examinarlo vierais, como veis, que hay muchas provincias en que no existen esas vías navegables, ni esos caminos de hierro, ni esas carreteras generales, ni siquiera caminos vecinales.

Señores, ¿habrá tenido presente la Comisión al dar este dictamen, que me sorprende, como no podía menos de suceder, y que os habrá indudablemente sorprendido a vosotros; habrá entrado, repito, en el ánimo de la Comisión la pérdida de unas obras ya ejecutadas y que se empezaron por desaciertos de Gobiernos anteriores? No; tampoco esto puede ser una razón para la Comisión, porque los individuos de la Comisión deben saber qué clase de obras son las ejecutadas en ese camino. Todas las obras, Sres. Diputados, hechas en él, y que podéis temer que se pierdan, ¿sabéis en qué consisten? En unas cuantas explanaciones, muy mal hechas por cierto, todo lo más mal hechas posible, obras [4.299] que es necesario construir de nuevo, y que todo su total importe no pasa de un millón y pico de reales: 1.100.000 rs.

A esto se reduce lo que puede decirse que se pierde; y ya no hay necesidad de perderlo, porque está completamente perdido, puesto que para utilizarlo es de toda necesidad hacerlo de nuevo. Otra parte de esos gastos hechos es el acopio de maderas, que pueden servir para otro ferrocarril, o para la mejora de la navegación del Guadalquivir, y de consiguiente, no se pierde aun cuando no se admita el proyecto que discutimos. Y la última parte es la de indemnización de terrenos, partida que está reducida a 500.000 rs. De suerte que, aun concediendo por lo que acabo de decir que se pierda la parte de las obras hechas, que, repito, está ya completamente perdida, y esta última partida, la pérdida total es de 2 millones de reales. ¿Y es lo mismo perder esos 2 millones que exponerse a perder los 15 millones de reales que se piden ahora? Porque perdidos serán 15 millones empleados en una obra completamente innecesaria, y para una obra, como he dicho antes, de puro lujo. (El Sr. Porto pide la palabra.)

Pero hay más: yo supongo el caso más favorable: supongo el caso de que ese ferrocarril se concluya, que no se concluirá, como ninguno que no tenga porvenir, por más que deis subvenciones. ¿Y qué haréis, señores, dando subvenciones e imponiendo sacrificios al país para obras que no son necesarias?

Yo os lo diré. Vais a fundar las bases de nuevos contratos ilícitos, de negociaciones ilegales, y vais a convertir las sociedades de caminos de hierro en lo que han estado convertidas las sociedades mineras, en contratos y agios de la Plaza Mayor, de la Puerta del Sol y de la calle de la Montera. ¡Y ay de vosotros si tal hacéis! ¡Ay del día en que vengáis a convertir en eso los contratos de ferrocarriles! Porque en ese día no habrá, nadie que entre de buena fe en esas empresas que tanto necesita el país y con tanta razón está reclamando.

¿Queréis que os diga, Sres. Diputados, lo que va a suceder con ese ferrocarril y con todos los de iguales circunstancias? Pues os lo voy a decir. Si vosotros empezáis por dar esas subvenciones, si empezáis por imponer al país esos sacrificios, después que hayan empezado a emplearse sus productos, vendrá el concesionario pidiendo al Gobierno nuevos subsidios, diciendo:" yo no puedo continuar sin ellos, y si no se me conceden, las obras quedarán en tal estado, expuestas a perderse;" y entonces el Gobierno nos vendrá a decir: Sres. Diputados, las obras empezadas no pueden abandonarse, pues se pierden, y con ellas los capitales empleados. Y como en pública subasta no habrá nadie que pueda empezar por cargarse con la indemnización de los gastos causados, entonces, prescindiendo de la ley, como ya ha sucedido, habrá que conceder nueva subvención, habrá que imponer nuevos sacrificios a los pueblos, y de subvención en subvención, de sacrificio en sacrificio, conseguiréis hacer caminos de hierro con los fondos públicos y exclusivamente con ellos. ¿Y para qué, señores? Para que vayan a verlos los viajeros por curiosidad y no porque reporten ventajas. Y no digáis, Sres. Diputados, que lo que conviene es hacerlos, cuesten lo que cuesten, porque ese es un error fatal. Deben hacerse, sí, pero con previsión y con conocimiento de su utilidad; no hacerse por solo hacerlos, cuesten lo que cuesten. Cada uno que concedáis con subvención, cada auxilio que votéis para un camino de hierro, es un sacrificio que imponéis al país y a sus fondos públicos; y este no es un manantial inagotable, sino que es agotable y fácilmente agotable, y si lo agotáis para lo superfluo, os hará falta para lo necesario. Miradlo bien; aprobad los convenientes con reflexión, con tino y con prudencia. ¡Ay del día en que agotéis el manantial de los sacrificios de los pueblos y no podáis hacer lo indispensable! Aquel día habréis contraído una inmensa responsabilidad que el país tendrá derecho a exigiros, que os exigirá indudablemente, echándoos en cara vuestra imprevisión.

Pues bien; para que ese caso no llegue y podamos atender a lo necesario, prescindamos ahora de lo superfluo.

Yo espero, pues, Sres. Diputados, que desecharéis el dictamen de la Comisión; y lo espero con tanto más motivo, cuanto que ya veis que por todas partes nos aquejan los conflictos; ¿Y por qué? Por falta de recursos. Pues no los empleéis en lo superfluo. He dicho.



VOLVER AL MENÚ PRINCIPAL